El discurso de Michelle Obma en la Convención demócrata, pidiendo a sus votantes que renueven su confianza en su amado marido, sin ser tan ridículamente simpe como el de Harry el sucio, o sea, Clint Eastwood, para, en su caso, con Romney, no deja sin embargo de hacer, desde que lo vi, que me planteé ciertos interrogantes.
Por un lado incluso medios editoriales tradicionalmente conservadores lo han catalogado de brillante, amén de otros elogios...
Pero, no se por qué para mi no deja de parecerme un pelín sobreactuado, como con un cierto aura de teatralidad que lo lastra en todo momento. Algo así como un querer reconocerse en algo, más que un ser ese algo en realidad, o todavía peor, tratar de que otros se reconozcan en ti, aún cuando tu sólo seas eso de cara a la galería.
Y es que en el fondo, tanto que se menciona a América y sus pretendidas virtudes, el ya tan trasnochado sueño americano, que al final lo que acaban quedando patentes son en realidad sus vicvios de toda la vida. La gente guapa y glamourosa, vendiéndoles la moto a una feligresía, físicamente poco agraciada, castigada por la vida, de lágrima fácil y enfrentada a puertas sempiternamente cerradas.
Ellos, los Obama, son otra cosa, han triunfado, lo recuerda a cada instante, pero en esencia parten del mismo magma de servidumbre y desheredados de la historia, o eso nos cuenta, circunstancia que es al fin y al cabo el cebo visible de la ratonera.
No hay problema, todos esos pobres crédulos que la escucharon embelesados se seguirán rompiendo las manos a aplaudir otros cuatro años más. Algunos pocos, los menos imbéciles, no se habrán tragado tragado la píldora, se la habrán metido bajo la lengua y la escupirán más tarde. Pero supongo que antes es mejor esta, más dulce al paladar, que la de los del bando contrario, que ya solo metersela uno en la boca dan ganas de vomitar. Y como en política siempre toca chinchar al rival, cualquier esfuerzo se da por bien empleado.
Resumiendo. Sr. Obama, no vale como actriz de Hollywood, pero para una telenovela de sobremesa, no tiene usted precio.
Por un lado incluso medios editoriales tradicionalmente conservadores lo han catalogado de brillante, amén de otros elogios...
Pero, no se por qué para mi no deja de parecerme un pelín sobreactuado, como con un cierto aura de teatralidad que lo lastra en todo momento. Algo así como un querer reconocerse en algo, más que un ser ese algo en realidad, o todavía peor, tratar de que otros se reconozcan en ti, aún cuando tu sólo seas eso de cara a la galería.
Y es que en el fondo, tanto que se menciona a América y sus pretendidas virtudes, el ya tan trasnochado sueño americano, que al final lo que acaban quedando patentes son en realidad sus vicvios de toda la vida. La gente guapa y glamourosa, vendiéndoles la moto a una feligresía, físicamente poco agraciada, castigada por la vida, de lágrima fácil y enfrentada a puertas sempiternamente cerradas.
Ellos, los Obama, son otra cosa, han triunfado, lo recuerda a cada instante, pero en esencia parten del mismo magma de servidumbre y desheredados de la historia, o eso nos cuenta, circunstancia que es al fin y al cabo el cebo visible de la ratonera.
No hay problema, todos esos pobres crédulos que la escucharon embelesados se seguirán rompiendo las manos a aplaudir otros cuatro años más. Algunos pocos, los menos imbéciles, no se habrán tragado tragado la píldora, se la habrán metido bajo la lengua y la escupirán más tarde. Pero supongo que antes es mejor esta, más dulce al paladar, que la de los del bando contrario, que ya solo metersela uno en la boca dan ganas de vomitar. Y como en política siempre toca chinchar al rival, cualquier esfuerzo se da por bien empleado.
Resumiendo. Sr. Obama, no vale como actriz de Hollywood, pero para una telenovela de sobremesa, no tiene usted precio.