lunes, 23 de noviembre de 2009

El banquillo de las sinrazones

La sala nº 3 de la Audiencia Provincial estaba abarrotada de público. Todo el mundo impaciente por asistir a una de las causas que más polvareda había levantado, en los últimos meses, en los medios de comunicación. Azuzada, también es cierto, por la polémica generada en torno a la, así denominada, violencia de género.
La expectación pues, era máxima. Y del resultado de la sentencia, que sentaría un precedente, podría no depender en un futuro toda la jurisprudencia emanada, al tratarse de un tribunal menor, pero casi.

- Con la venia, señoría, lo que hoy y aquí, con fecha del 10 de noviembre de 2009, nos proponemos demostrar, es que la señora Almudena Ruiz-Bódalo, sentada en el banquillo de los acusados, no solo humilló y vejó públicamente a mi cliente, el sr. Ramiro Galán Tirado, relacionado con la anterior en condición de marido, atentando muy grave y inicuamente contra su honor, lo cual quedará irrefutablemente probado en cuanto hagamos el visionado del material grabado por las cámaras de vigilancia del hipermercado, sino que, más aún, pretendió con su acción quitarle la vida, por lo que estaríamos hablando de un supuesto de homicidio en grado de tentativa, con las agravantes de premeditación y alevosía.
Evidenciaremos asimismo, como se verá más adelante, que la acusada, quien se hallaba en plena posesión de sus facultades mentales, no fue presa de un arrebato de histeria, como seguramente la defensa tratará de hacernos creer, sino que se cuidó de aprovechar la presencia multitudinaria de potenciales testigos para llevar a cabo su crimen, como ya dije premeditado, de forma y manera que nada condujera a sospechar el que este fuera intencionado, sino, por el contrario, el resultado de un desgraciado e involuntario accidente… Señoría.

- Tiene ahora la palabra el abogado defensor. Puede comenzar su alegato inicial.
- Gracias señoría. Con la venia… Bien. ¿Por qué estamos hoy aquí reunidos?, se preguntarán. ¿Cómo es posible que un matrimonio relativamente joven, 37 y 39 años de edad respectivamente, hayan acabado enfrentándose el uno contra el otro por causa de una situación en apariencia intrascendente?... Porque, señoría, señoras y señores del jurado, la acusación que ha formulado el señor Galán contra mi cliente, y que la otra parte tratará de elevar a la categoría de hechos probados, no es ni más ni menos que un sinsentido, la rabieta típica de un niño al que se le reprende por un comportamiento incivilizado, y que echa los pies por alto, en el peor y más común de los usos machistas, llamando a la lapidación de su esposa, quien, si bien no actuó todo lo correctamente que se espera de una mujer con su nivel cultural y educativo, jamás tuvo el propósito de lesionar o infligir daño alguno a su esposo. Mi clienta, la doctora Ruíz- Bódalo, reaccionó bajo los efectos severísimos de la dieta que durante los últimos tres años se ha visto obligada a autorrecetarse, y bajo la presión emocional que le supuso el haber fracasado en su tercer intento de quedarse embarazada, a lo largo también de este mismo periodo de tiempo. En las filmaciones obtenidas de las mencionadas cámaras de vigilancia observaremos a una mujer desesperada, extenuada por el dolor de una existencia entregada a satisfacer el egoísmo de su pareja, y a la que se castiga con la indiferencia y la incomprensión, sin el menor respeto por su sufrimiento, ni por la pesada carga de culpa y autoflagelo que soporta sobre sus hombros… Señoría.
- Bien – terció, como haciendo un gran esfuerzo por no dejar escapar un proceloso bostezo, el juez Miralles - Escuchadas las partes, creo que lo oportuno, sin más preámbulos, es proceder al visionado del material videográfico suministrado por las cámaras de vigilancia del centro comercial. Por favor, adelante con la prueba testifical número 1 de la defensa.
- Con la venia, señoría. Lo que nos disponemos a contemplar en este momento es la secuencia de imágenes aportada por el dispositivo de vigilancia situado en la zona de la frutería, y que cómo veremos a continuación abarca el área de lácteos y refrigerados, donde tuvo lugar la primera discusión entre mi cliente y la acusación.

El ujier tiró de un colgante y sobre una de las paredes de la sala hizo descender una blanca pantalla frente a la cual se hallaba el proyector.

- Por favor, si pueden apagar las luces… Muy amable. Las imágenes, como comprobarán, son mudas, por lo que se han subtitulado con la ayuda de técnicos cualificados y debidamente certificados del INADA (Instituto Nacional para el Apoyo a los Deficientes Auditivos), a lo que su señoría ya dio el visto bueno en la sesión previa de valoración, admitiéndolo como prueba válida.

Dio pues comienzo la cinta.

- ¿Qué estás haciendo? ¡Devuelve esos tarros de mermelada a su sitio en la estantería? – le decía Almudena a Ramiro.
- ¡Estas tú buena! ¡Estás lista si crees que yo, como tú, voy ahora a empezar, a mis años, con esa paranoia de las calorías y mucho menos a ponerme a régimen! ¡Como si no tuviera nada mejor que hacer!
- Pues no estaría de más. Al menos aunque solo fuera por solidarizarte conmigo.
- ¿Solidarizarme contigo?
- Sí. A ver para quién crees sino que hago yo mis esfuerzos por conservar la línea.
- Vaya, hombre. Ahora con esas. Tú, si estás a plan es por que te sale de las narices. Que no es más que el afán de presumir a todas horas, pues por cuanto a mí respecta, ya te he dicho mil veces que las anoréxicas me dan asco.
- Pues no es eso lo que se deduce de la forma que tienes a veces de comportarte. De hecho cada vez que coincidimos en el ascensor con la del quinto, la tonta esa que es monitora de aerobic, o no sé si de fitness, bien que te hacen los ojos chiribitas.
- ¡Qué tonterías dices! Chiribitas… Será estúpida la tía.
- Eso… estúpida… No te cortes… Y di que sí, echa al carrito todos esas tarrinas de helado.


- Corten aquí – demandó el joven abogado - A partir de este momento, la pareja abandona la zona de lácteos y se dirige hacia la carnicería. Pero antes de pasar a esa secuencia, me gustaría hacer hincapié en el trato ofensivo que el sr. Galán le depara a mi cliente, al insultarla llamándola “estúpida”.
- ¡Protesto! ¡El insulto como tal no puede ser tomado al pie de la letra, además la película es sólo una recreación aproximada a la que se le supone un cierto margen de error! – replicó el letrado de la parte contraria.
- No se acepta la protesta. La prueba fue analizada por dos grupos de especialistas independientes, y su fidelidad a los hechos está contrastada… Puede proseguir el abogado defensor.
- Con la venia señoría, pasamos a la prueba número dos, en esta ocasión la grabación registrada en la cámara de la zona de congelados, anexa a la carnicería, y que recoge perfectamente el pasillo de las tabletas de chocolate, bombones y galletas.

De nuevo se apagaron las luces de la sala y sobre el pulcro fondo blanco dos figuras borrosas se encararon entre sí.

- No señor. Por mi madre, que todo este chocolate no entra en casa.
- Eeeeh. Pero te quieres estar quieta… ¡Esta es tonta del culo!
- Suéltame el brazo.
- Pues pon otra vez eso en el carrito.
- No quiero. Estoy harta de ver como llenas la despensa de casa de golosinas… Solo para mortificarme.
- Otra vez con esa memez. ¿Eso es lo que te meten en la cabeza en el curso de yoga?
- No… Te crees muy gracioso. Si no fuera por ese curso… Si no fuera por ese curso ya habríais salido tú y tus galletas enriquecidas con Choco Cao por la ventana.
- Pues sí que le tienes tú tirria al Choco Cao. A saber que te ha hecho.
- Sí, ríete, ríete… A mi lo cómico me lo parece el que un tío tan grandullón, que va de macho, y que ya peina canas, se siga metiendo hasta tres cucharadas soperas de esos polvos en un tazón a rebosar de leche, y que eso lo repita a lo largo del día cada tres cuartos de hora.
- Como te gusta exagerarlo todo.
- Es la cruda realidad.
- ¿Y qué tienes tú que decir si me gusta el Choco Cao, eh?
- No, no, nada en absoluto. Usted se lo guisa, usted se lo come. Si tanto le gustan esos polvos, pues que su excelencia disfrute de los benditos polvos. No se hable más.
- No podía faltar de nuevo una alusión al tema. Hay que ver que es cansina la tía. Si encima eres tú la que me pones el codo en la cama.
- Lógico. Cuando me casé, no fue para que un seboso se me pusiera encima en plan paquidermo desmandado.
- Mira, vete a la mierda ya de una vez.

La grabación se interrumpió de nuevo y el abogado de Almudena retomó su discurso.

- Y en este momento de nuevo, mi cliente y la acusación salen de plano, pero es más que evidente que la discusión prosigue, y en los mismos derroteros, en cuanto al tono en el que lo hace, y que se va ir deteriorando cada vez más y más, como atestiguará la tercera y última filmación en la zona de cajas.
- Tiene, antes de continuar, algo que decir el abogado del Sr. Galán en relación a la prueba número 2.
- No señoría. Reservo mis puntualizaciones para más adelante.
- De acuerdo. Entonces pasemos directamente a la prueba número 3.

Se hizo la oscuridad y el pequeño motor del proyector echó de nuevo a andar con su murmullo característico.

- No vuelvas a decir eso de mi madre, y de que si sigo siendo un niño mimado, y todas esas otras pamemas tuyas tan habituales. A mi madre, por lo menos, no la metas – protestaba Ramiro.
- Ella es la que se mete. La que se está metiendo a todas horas.
- Déjalo ya, eh, Almudena. Te prevengo.
- ¿Me amenazas? ¿Y qué vas a hacer…? ¿Vas a pegarme? Si tú no tienes valor ni para matar a un mosquito.
- Yo vivo y dejo vivir. No como tú que eres como el perro del hortelano, ni comes ni dejas comer. Ese es tu mantra vital. Amargarnos la existencia a los demás, ya que tú no eres capaz de verle nada positivo, ni de encontrarle nada satisfactorio, a la tuya propia.
- ¿Por qué? ¿Por qué no me atiborro de chocolate blanco, ni me empipo de Cafeín-Cola como tú? Mira nuestro carrito, con todos esos packs de latas saliéndose por los bordes. Acaso no es la compra de un trastornado… de un enfermo.
- Tú si que estás enferma.
- Di lo que quieras. A mi no me hace falta evadirme del mundo. Yo enfrento la realidad con valentía, y no me postro ante la televisión, engullendo más y más bolsas de combinados de frutos secos sin ton ni son. Creyéndome por el contrario que eso me viene de mi rol de macho dominante, de amo de la manada. Más aún cuando de hombre lo único que tienes son los pelos del sobaco.
- Luego dices que si soy yo quien te falto al respeto. Vergüenza te tenía que dar.
- ¿Vergüenza por qué? ¿Por llamarle a las cosas por su nombre?
- Oye, si no te gusto como soy, cambia de marido, y deja de tocar los cataplines con esa historia. Si puedes… Vamos.
- ¿Qué quieres decir con eso de que si puedo? Pues, para que te enteres, en el trabajo los tengo a pares. Hacen cola.
- Me gustaría verlo
- A ti si que no te querrían ni envuelto en billetes de 500 euros. Vulgar, pusilánime y con esa pachorra que arrastras. Y encima, para rematarla, blandiendo ese estómago de diplodocus.
- Lo ha dicho Miss Alcobendas, la top model de nuestro bloque de viviendas de protección oficial. Seguramente crees, en tu fuero interno, que el estar todo el día rodeada de amigas cachondas te convierte automáticamente en una más.
- Eres un mierdas. Ya lo decía mi prima Feli.
- Otra que tal baila… Y pensar que tendré que pasarme una vida entera tragándome las apostillas de esa solterona impenitente.
- Yo caí como una idiota, cuando ella te caló al primer vistazo. Horchata en lugar de sangre, eso fue lo que dijo de ti, con apenas intercambiar tan solo un par de frases de conversación.
- Esa víbora renegaría de su padre y de su madre, solo por el hecho de haberla traído a este mundo, donde bien se ve que tan a disgusto está. Pero aún así, tan que la tienes por una lumbrera, se le ha pasado por alto el hecho de que soy alérgico a la horchata. Ya ves tú. Y como esa, infinidad de veces más que mete la pata hasta la rodilla.
- Ciertamente es una paradoja que siendo un adorador de los huevos Kimber “sorpresa”, de la Nocivia, de las galletas príncipe de Bequenbauer, en suma, de todo lo desaforadamente dulce, falte la horchata en este carrito. No seas hipocondríaco y dale una oportunidad. Que no se sienta excluida.
- Aparta de mí esa sustancia maléfica.
- Vaya hombre, qué tímido te has vuelto. Si solo es una bebida para niños y sus nostálgicos abuelitos.
- No juegues con eso, Almudena, y devuélvelo al lineal.
- Retira entonces todo lo que has dicho de Feli.
- No, eso sí que no. Esa bruja se merece todo lo que se diga de ella y más.
- Retíralo, Ramiro. No estoy bromeando.
- Y un cuerno.
De pronto, si acaso llevada a ese extremo por la tensión del momento, Almudena hizo algo estúpido. Abrió la botella de horchata.

- Vamos, cariño, no hagas tonterías. Ahora, nos llamarán la atención, y luego la tendremos que pagar.
- Di que Feli es una bellísima persona, y entonces, sí me tranquilizaré.
- ¿Bellísima? Jajaja, Almudena... ¡No me hagas decir algo de lo que luego nos arrepintamos!
- No quieres decirlo, eh?
- Almudena, tu obsesión con la Feli es una auténtica desgracia.
- Nunca has hecho el menor esfuerzo por congeniar con ella.
- Al contrario, pero han sido esfuerzos baldíos. ¿Y sabes por qué? Porque me odia... Y porque te odia a ti también. Sí, en el fondo te odia, ahí donde lo ves, y aunque lo disimula muy bien, te tiene una envidia monstruosa. Que si está contigo, y a todas horas finge preocuparse de tus cosas, no es sino por el afán de tenerte en todo momento controlada, y poder hacer así a placer su labor de zapa, erosionando nuestra convivencia a su antojo.

En ese momento Almudena, impelida de un reflejo no del todo racional, ni mucho menos razonado, arrojó una considerable cantidad del líquido beige que contenía la botella, al rostro de su marido.

- ¿Qué... que has hecho? - la estupefacción inicial en la mirada de Ramiro, empañada por la horchata, enseguida dio paso al horror mismo.
- Rápido, un lavaojos de emergencia - gritó desesperado.

Almudena, no sino aturdida por la acción de la que había sido autora, permaneció durante ese breve espacio de tiempo, el transcurrido entre la salpicadura y el colapso de Ramiro, completamente ajena. Hierática y muda.

- Me has matado, Almudena.

Ramiro trató de caminar unos pasos en dirección a la zona de cajas, pero fue en vano. Inmediatamente un ataque de asma, y la subsiguiente hinchazón de sus tejidos blandos, le sumieron en una crisis de asfixia.

- Socorro. Auxilio - comenzó, entonces sí, a gritar Almudena.
- Una secuencia escalofriante, señoría - apostilló el abogado de la acusación - He de añadir, asimismo, que durante los minutos que siguieron a estos dramáticos hechos, la vida de mi cliente pendió de un hilo, y que de no haberse hallado en aquel momento en el hipermercado otro alérgico, que llevaba consigo unas pastillas del conocido medicamento Urgason, allí mismo hubiera fallecido asfixiado.
- Le recuerdo señor Bélmez, que la prueba número 3 pertenece a la defensa, y que es su titular el que en este momento se halla en posesión de la palabra.
- Gracias, señoría, el señor Bélmez ya nos ha dado a entender que es muy aficionado a los comentarios fuera de lugar.
- Protesto
- Aceptada. Señor Fresnedillo, eso último que ha dicho no constará en acta, y le exhorto a que se atenga al procedimiento. Enciendan las luces, por favor. Se hace un alto en la sesión. Al regreso proseguiremos con los interrogatorios de los testigos.

Al cabo de unos minutos de receso la sala volvió a llenarse, y todos los principales actores, empezando por el magistrado Miralles, ocuparon sus asientos.

- Llamo a declarar a la testigo nº 1, la cajera Inmaculada Blanco - exclamó en voz alta el abogado defensor, el señor Fresnedillo.

La señorita Blanco entró en la sala, llamando sobre todo la atención de todos los presentes, la nula correspondencia de su nombre con su atuendo y aspecto físico, de aire entre gótico y siniestro.

- Tome asiento señorita.
- Gracias
- ¿Su nombre es Inmaculada Blanco?
- Sí, señor.
- Jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios.
- Lo juro.
- La mano ensortijada, con réplicas en miniatura de calaveras y sátiros cornúpetas, se extendió sobre una Biblia para refrendar esa intención.
- Señorita Blanco, ¿Estaba usted presente cuando el señor Galán sufrió su ataque de asma agudo?
- Sí, señor.
- ¿Diría usted que notó algo extraño en este señor cuando se lo encontró en el suelo presa de ese ataque?
- Puess...
- Se lo preguntaré de otra manera. ¿Vio usted en el acusado, que su cara u otra parte de su cuerpo, estuviera hinchada, o enrojecida?
- Enrojecida.
- ¿Es usted alérgica?
- Sí, señor.
- ¿Y fue usted quien cedió una de sus pastillas para tratar al señor Galán, no es así?
- Así es.
- Sin embargo, lo hizo sin estar segura de que en el fondo el problema del señor Galán fuera en realidad de carácter alérgico…
- Protesto, señoría – alzó la voz el señor Bélmez – la señoríta Blanco no está capacitada para dirimir esa cuestión.
- Aceptada
- Lo que trato de evidenciar, señoría – replicó el abogado de Almudena – es que lo que sufrió en ese momento el señor Galán pudo ser un ataque de ansiedad, provocado por el pánico a una crisis alérgica, pero no necesariamente una crisis de alergia propiamente dicha.
- Cíñase al interrogatorio de la testigo, señor Fresnedillo.
- De acuerdo. Una vez más, señorita Blanco… Cuando se encontró a la señora Ruíz-Bódalo, ¿Qué fue lo que más le impactó de ella?, ¿La imagen dura e inexpresiva de una asesina a sangre fría?, ¿O la desesperación de una mujer superada por los acontecimientos?
- Lo segundo. Una mujer desesperada.
- Gracias señorita Blanco. No haré más preguntas. Su testigo, señor Bélmez.
El abogado de la acusación hizo un gesto con la mano.
- Que conste en acta que la acusación ha rehusado interrogar a la testigo. Puede abandonar la sala, señorita Blanco.

El juicio prosiguió su curso. Y un nuevo testigo fue convocado a dar su versión de los hechos. Eso sí, esta vez, de mucho más peso.

- Llamo al estrado a declarar al señor Galán – dijo con gran afectación el sr. Bélmez, quien no hacia sino citar a su propio defendido.
Un gran murmullo de sorpresa abnegó por un momento la sala.
Entretanto, la víctima, y al mismo tiempo acusación formal, se llegó hasta el banco.
Juró a su vez sobre la Biblia, él también, decir la verdad y no omitir ningún matiz o aspecto que pudiera desviarse de ella.
Y enseguida se entregó a su interrogatorio, en cuerpo y alma, el señor Bélmez.

- Señor Galán. ¿Sufrió usted un ataque de asma agudo provocado por una alergia a la horchata el 10 de noviembre de 2009 en un hipermercado de la cadena Hipercentrum?
- Sí señor.
- Pero perdió usted el conocimiento ¿No es verdad?
- Así es.
- ¿Cómo sabe entonces que fue la horchata que su esposa le arrojó al rostro lo que le provocó la crisis, y no alguna otra circunstancia?
- Porque soy alérgico a esa bebida concreta, y porque así viene reflejado en mi tarjeta de alérgico, expedida por el registro general de la seguridad social, que también me proporcionó una pulsera identificativa y un kit con pastillas, aunque el día del ataque no los portaba conmigo.
- Una última pregunta, señor Galán. Era conocedora su esposa de su condición de alérgico a la susodicha sustancia?... En otras palabras ¿Sabía su esposa, la señora Ruíz- Bódalo, el enorme riesgo de muerte al que le exponía al rociarlo con la mencionada bebida?
- Señor Galán – le interrumpió el juez – le recuerdo que se halla bajo juramento, y que todo lo que diga puede ser usado en su contra.
- Ella estaba presente cuando me hice las pruebas de la alergia, y ella misma había estado insistiendo durante los últimos meses para que las fuera a renovar.
- Gracias, señor Galán. Eso es todo. No hay más preguntas.
- Su turno sr. Fresnedillo.
- Gracias. Señoría. Señores del jurado. Bien, he de admitir, señor Galán, que hasta ahora ha resultado ser bastante convincente. Sin embargo, hay algo que, desde el primer momento en que me puse a trabajar sobre este caso, no ha dejado de suscitarme dudas. ¿Y sabe que es eso? ¿Sabe que es lo que en todo su discurso no funciona? … ¡Usted mismo! Sí, usted mismo, Sr. Galán.
- ¡Protesto!
- Aceptada. No sé a qué punto quiere llegar sr. Fresnedillo, pero le recuerdo que no toleraré esa clase de argumentación en esta sala.
- Mi propósito, señoría, es demostrar que el señor Galán no solo no es un buen marido, sino que, por si con eso fuera poco, disfruta haciendo sufrir a mi cliente. Conteste Sr. Galán ¿Es cierto esto que digo? Porque usted no quiere a su esposa. Ni la quiere, ni nunca la ha querido… ¿Es o no es verdad?
- Protesto – mi cliente no tiene por qué contestar a una pregunta tan íntima y tan irrelevante.
- Denegada – hace al caso saber la respuesta.
- ¡Conteste, Sr. Galán! – insistió Fresnedillo.
- Al principio la quería. O al menos, yo creía que la quería.

Contrariado por la respuesta y sin haber conseguido poner en apuros al marido de su cliente, Fresnedillo cambió de estrategia.

- En los tres años de matrimonio que han transcurrido hasta ahora, usted habrá ganado unos diez o doce kilos de peso. Corríjame si lo que digo no es cierto.
- Ocho o nueve kilos como mucho.
- El informe de la revisión médica de su empresa, en cambio, hace una descripción detallada de este proceso. Leo textualmente. Año 2006: Valores normales del índice de masa corporal. 81 kilos de peso. Año 2007: Sobrepeso. 85 kilos. Año 2008: Sobrepeso. 90 kilos exactos. Año 2009. De nuevo sobrepeso. Esta vez llegando hasta sus actuales 98 kilos de peso. ¿Qué tiene que decir a esto, Sr. Galán?
- Pues que tal vez pueda solicitar unos días de baja a la empresa para curarme de la obesidad que ellos mismos me diagnostican.
- Sr. Galán – intervino el juez – le conmino a que se abstenga de hacer comentarios sarcásticos en presencia de este tribunal. Conteste a la pregunta que le ha formulado el sr. Fresnedillo.
- Está bien. Está bien. Quizás haya descuidado un poco mi dieta últimamente.
- ¡Protesto, señoría! - salió al paso de nuevo el sr. Bélmez - No sé en qué guarda relación esto con el atentado que sufrió mi cliente por parte de la acusada.
- Está muy claro, señoría – se explicó Fresnedillo - el Sr. Galán, conocedor de los preocupaciones nutricionales de su esposa, y más en concreto de la dieta espartana a la que se somete, ha tratado desde el primer momento con su glotonería, y con su contínuo exponerla a la tentación, de provocar en esta el desánimo, así como de que afloraran sentimientos de culpa. El resultado final sería el abandono de su régimen y la posterior acumulación de grasas, con la subsiguiente erosión que ello causaría en su autoestima, de forma que ella sola se fuese apartando de su vida social, para progresivamente ir quedando a su merced y así convertirla en su esclava doméstica.
- ¡Eso es mentira!
- Repórtese Sr. Galán. Y usted Sr. Fresnedillo, le recomiendo que reserve sus conclusiones para la ronda final de argumentaciones.
- No tengo más preguntas, señoría.
- En ese caso, y dado que no hay más testigos citados a declarar, se hará un receso de 15 minutos.
La cara de Almudena reflejaba claramente su incertidumbre. Ni siquiera las palabras de su abogado la lograrían tranquilizar.
- No debemos ponernos nerviosos. De momento no han podido convencer al jurado de lo deliberado de tu acción, y eso era de lo que se trataba. Además estoy seguro de que en su mayor parte están contigo. Ahora solo debes relajarte y confiar en mí. Yo me encargaré, en mi discurso final, de que nadie dude de que fue la presión y el acoso al que te sometió tu marido, lo que te abocó a reaccionar como lo hiciste.
- No tenemos nada. Y tú lo sabes.
- No digas eso, Almudena.
- El tal Bélmez ese es un especialista en la materia. Nunca ha perdido un caso relacionado con asuntos de pareja. Me arrastrará por el suelo y conseguirá hacer que los miembros del jurado me tomen por una loca de las calorías. Por un peligro público.
Fresnedillo apenas pudo consolar a su clienta, y ante la inminencia del regreso del juez salió corriendo a los pasillos para hacer una llamada.
- ¿Qué se propone ahora? – preguntó a Almudena su madre, que había permanecido en todo momento sentada muy cerca de esta, en la primera fila de los asistentes, y que se encontraba tanto o más compungida que ella.
- No lo sé, mamá. Creo que nos equivocamos al contratarlo. Demasiado joven e inexperto. O tal vez hubiera sido mejor que me representara una mujer. No lo sé. Estoy tan confundida. En cualquier caso, ahora ya no tiene remedio.
- Sé fuerte, hija. No pueden condenar a una persona inocente como tú, y favorecer a ese monstruo de tu marido.
- Mamá. Nunca debí haberle arrojado aquella botella de horchata…

Entonces se presentó de nuevo el magistrado en la sala y se reanudó la sesión.

- Sr. Bélmez. Es el turno para su alegato final.
- Gracias, señoría. Trataré de no extenderme. Bien. Hemos escuchado a las dos partes, hemos visto los vídeos aportados por los responsables del hipermercado, y hemos, con total seguridad, hecho una representación mental, cada uno de nosotros, de lo que se le pasó por la cabeza, aquella infausta tarde de noviembre de 2009, a la señora Ruíz- Bódalo. Déjenme, que les diga una cosa. Yo también comprendo la angustia por la que la acusada estará pasando. Entendería incluso que se haya arrepentido de su acción de aquel día, pero, señoría, señoras y señoras del jurado, nada de lo anteriormente expresado, modificaría, ni modificará, la realidad de que aquel día, la señora Ruíz- Bódalo intentara acabar con la vida de su esposo mediante el uso de un producto, la horchata de chufa, ante el que el organismo de su marido, el señor Galán, hoy vivo de milagro, y gracias fundamentalmente a la casualidad de que una cajera en ese mismo instante portase consigo un antihistamínico, reaccionó como si del más potente veneno se tratase. Un riesgo que la acusada conocía perfectamente antes de perpetrar su acción, y del que se valió para llevar a cabo su propósito, premeditado, de causarle la muerte a mi cliente.
- Es todo. Señoría. Señores y señoras del jurado.

- Señor Fresnedillo. Su turno, antes de dar por concluidas las alegaciones.
- Señor juez. La defensa renuncia al derecho a exponer sus alegaciones, y en su lugar, llama a declarar a Felicidad Gil.
- ¡Protesto, señoría! Esta nueva testigo no estaba contemplada en la apertura de la causa. Técnicamente no es válida.
- Es relevante al caso, señoría. No puede oponerse a que testifique.
- Adelante sr. Fresnedillo.
- Protesto enérgicamente, señoría. No puede contravenir las reglamentaciones en vigor relativas a la comparecencia de los testigos, citadas en las disposiciones 435 y 525. 2 del código de enjuiciamiento criminal. Conculcaría uno de los más elementales derechos de mi cliente, y con ello, el espíritu y la letra de todos los preceptos recogidos en esta norma.
- De momento, sr. Bélmez, yo sigo siendo la máxima autoridad en este tribunal, y yo decido como ha de conducirse este juicio.
- Exijo no obstante que conste en acta mi protesta.
- No se admite para el acta la protesta. Puede acceder al estrado la señora Gil.
- Señorita.
- …Señorita.

Feli juró sobre la biblia, e inmediatamente después, el abogado demandante, Bélmez, la sometería a un bombardeo de preguntas, ninguna de ellas especialmente trascendente.
Y aguantaría esta firmemente el chaparrón, hasta que, ya casi rozando la desesperación, Bélmez, se despachó con la batería más furibunda de sus ataques, persiguiendo a toda costa el objetivo de descalificar a la testigo.

- ¡Confiese, Srta. Gil! ¿A usted no le habría importado demasiado que la acción de su prima, esa acción que el abogado de la defensa ha tratado impúdicamente de retratarnos como un mero accidente, hubiera tenido un final trágico? ¿No es así?
- No. Lo desmiento.
- Admite sin embargo que el trato que ambos se deparan mutuamente, usted y el señor Galán, tiene poco de amistoso. Más aún, está presidido por el recelo mutuo.
- Sí.
- ¿Y por qué ese recelo? ¿En base a qué se ha alimentado durante todos estos años ese odio, sino por su afán de resquebrajar la solidez de la pareja?
- Eso no es cierto. Al contrario, yo he sido quien más ha velado porque mi prima pudiera recibir un trato decente, y vivir su relación con la dignidad que merece.
- Entonces. ¿Por qué insiste en entrometerse y no se hace definitivamente a un lado, dejando que sean ellos dos solos, los que construyan su vida sin interferencias ajenas?
- Porque el señor Galán no es trigo limpio.
- Eso es una opinión personal suya, con la que la esposa de mi cliente no tendría necesariamente porque estar de acuerdo, pero que usted se ha esforzado en contagiarle malintencionadamente y por pura envidia.
- Falso de todo punto.
- Usted trata de conservar una posición de dominio, y seguir siendo la influencia predominante, sobre su prima y en ese sentido el Sr. Galán representa un estorbo.
- Lo niego. Yo quiero a Almu. Y lo único que deseo es su bienestar.
- Entonces ¿Por qué trata de arruinar su matrimonio? ¿Por qué desde el comienzo ha buscado deteriorar a sus ojos la imagen de su esposo?
- Yo no trato de arruinar su matrimonio.
- ¿Por qué insiste pues en su enfrentamiento con el Sr. Galán? ¿Qué espera obtener de su actitud?
- Solo protejo a mi prima.
- ¿De su marido? ¿La protege de su propio marido?
- La protejo de que le hagan daño. Quienquiera que sea.
- ¿Y no se ha planteado, en algún momento, que, con su manera de comportarse, sea usted quien más perjuicio le pueda estar causando?
- Lo dudo.
- Señor Bélmez – intervino el juez – por favor, le ruego que vaya concluyendo.
- Sí señoría. Solo una pregunta más. ¿Por qué tiene tanta inquina a mi cliente?
- Ya se lo he dicho, no es de fiar.
- Esa contestación no más que una evasiva. Sea más explícita, o no nos quedará otra alternativa que pensar que todo tiene su origen, como ya dije, en la envidia y los celos.
- No puedo.
- ¡Protesto! – se puso en pie Fresnedillo - el abogado de la acusación está forzando a la testigo a hablar acerca de sus sentimientos personales.
- Denegada. Pero acabe ya sr. Bélmez. Nadie aquí está ya seguro de adonde nos quiere llevar.
- Señoría. La testigo odia a mi cliente y aprovechará el interrogatorio con la otra parte para hacer menoscabo de su honor… Porque lo que yo mucho me temo, señoría, es que la testigo sienta o haya sentido en algún momento alguna clase de atracción por el señor Galán, y que al no haber sido correspondida, se embarcase en una campaña de acoso y derribo para con mi cliente.
- ¡Eso es falso! – clamó Feli.
- Admítalo. El Sr. Galán representa aquello que no tiene, y que le gustaría tener.
- No, no y no.
- Y al no poder ni tan siquiera oponerle un estatus parecido, medianamente creíble, canaliza en esa dirección su odio. Tratando de destruir, empeñada en hacer añicos el matrimonio de su prima, y en último extremo, empujándola a convertirse en una asesina. Y todo por causa de la frustración que le supone no ocupar su lugar. El lugar de su prima a la que tanto dice adorar.
- Y la adoro. Y padezco con ella el drama de ese sinvergüenza de marido que le ha tocado en desgracia. Y he procurado por todos los medios de evitarle más sufrimientos, pero llegado a este punto, todo el mundo ha de saber que su marido es un sátiro. Sí, ahí donde lo ven, trató de serle infiel a su esposa, ya la misma noche de bodas, con una camarera del banquete. Una grotesca escena que, camino de los aseos, tuve la desgracia de presenciar en aquella fatídica velada. Emborrachando y animando también al que por entonces era mi novio para que se sumase a aquel nauseabundo contubernio... ¡Unos malnacidos!

Un ooooh enorme se propagó en forma de tsunami a lo largo de la sala, todo el mundo boquiabierto.

- Silencio. Silencio – se desgañitaba el magistrado.

El planteamiento de Bélmez, desbaratado. La acusación de Ramiro Galán, y su argumento estrella, desmontados.
Almudena lloraba. Ni de tristeza por lo escuchado de labios de su prima, ni de felicidad por lo que ya, a partir de ahí, sería una victoria segura. Simplemente lloraba.
La reputación de Galán estaba vista para sentencia.
Y todo, no por otra cosa que, una incomprensiblemente perniciosa mancha de horchata en su trayectoria vital.

2 comentarios:

Merce dijo...

Mejor la cerveza que no deja mancha...

Shinta dijo...

Me estreno en este blog estupendísimo y lo que me he reido (internamente) con esta historia, sin contar lo fielmente reflejada hasta la primera mitad.

Un saludo desde mi banquillo ;-))