sábado, 9 de octubre de 2010

Nóbeles y noveles


Supongo que lo más cercano a poner un broche de oro a una vida de dedicación y esfuerzo, de tenacidad y al mismo tiempo de ilusión, es que te concedan el premio Nobel de literatura.
Yo ignoro por completo como será el proceso de selección de los candidatos, y el cómo, el donde y el cuanto de las deliberaciones por medio de las cuales se adjudican estos galardones. Pero a veces cabe imaginárselos - a los futuros premiados - como latas de refresco en una máquina expendedora, que aguardaran su turno en silencio, en la esperanza de que alguien meta la medallita por la ranura.
¡Y es que algunos llevaban años estando "cantados"!
Pero al igual que el bombo de los niños de San Ildefonso, la academia sueca se comporta a veces con una mezcla de misterio, azar y sorpresa, que deja en fuera de juego a los más avezados pronosticadores.
Lo que si que es cierto es que después cantar el gordo, las imágenes de la felicidad que nos llegan a través de la tele, o de la red, no pueden ser más contagiosas.
Y ahí no hay nada de misterioso. La alegría de los afortunados es un bien del que todos queremos ser partícipes.
Salvando las distancias, pues el caso no es del todo comparable, mi alegría por el acierto pleno de este año en el Nobel de Literatura (Mario Vargas- LLosa, en la foto) y de la Paz (Liu Xiaobo), es también en un cierto porcentaje deudora de esa misma visceralidad refleja.
Aunque como ya digo no es lo mismo, y hasta en cierto modo se podría afirmar que es justamente lo opuesto.
Estos dos señores, de hecho, son ganadores por sus propios méritos, por la grandeza y la valía de su trabajo en pro de la excelencia de nuestra humana condición.
No les ha tocado la lotería. No son triunfitos elegidos a golpe de sms en concursos televisivos financiados por pomadas contra las espinillas.
Ojalá se pudiera premiar a ese joven escritor peruano, que sonriente, comenzaba su andadura literaria. Pero el tiempo no se puede volver atrás.
En cualquier caso ahí está su obra como contrafuerte. Como gigantesca represa de las insatisfacciones que en los años de penumbras hubiera podido acumular.
Y no sé si será preferible recibir este reconocimiento al final, o en la mitad de tu vida, como es el caso de tantos y tantos deportistas, cantantes y modelos, para luego ver con el transcurrir del tiempo como el éxito - tu éxito - va enmoheciendo, amarilleando, criando ruina.
Porque todo viene y va. Todo pasa. Y el valor de las cosas cambia con el tiempo. Con el tiempo que marcan los relojes, y más aún con el que marca las arrugas.
No obstante, hay una suerte de propiedad del ser que jamás se corrompe, y que es la que hace que en ciertas ocasiones podamos seguir viendo, y viviendo, con ilusión y optimismo, nuestra personal singladura.
Creo sinceramente que el ejemplo de Vargas-Llosa, de Xiaobo, y de quienes nos los presentan envueltos en papel de regalo - no sin su pequeña cuota de riesgo y conflicto, no sin las malas caras de los absolutismos de rigor, a los siempre les gusta hacer de juez y parte - alimenta esa confianza en el porvenir propio, y en el de todos como colectivo.
Ellos nos demuestran que la juventud no lo es todo, ni que con ella se acaba todo. Que hay valores que flotan, y que no se hunden, y no porque pesen menos, sino porque están hechos de una materia que tanto en el fondo como en la superficie, se comportan exactamente igual de bien. Impermeables al desaliento.
Además, dudo de que alguna vez dejen de ser jóvenes del todo, aquellas personas que son capaces de seguir creyendo en algo con la misma fuerza que el primer día. Flote o no flote el invento.
De todas formas, y volviendo de nuevo a la cuestión del Nóbel en sentido estricto, no podemos tampoco olvidar que estos premios tienen a veces pifias monumentales, como por ejemplo, y por citar la más reciente, la de Obama. Pero hay muchas más en las que tampoco es oro todo lo que reluce.
Sea como fuere, mi borreguil propósito ahora - como me imagino el de millones de mis semejantes por el ancho mundo - será el de ponerme al día con la obra de este gran escritor.
Y por si acaso, para los que como yo, no somos excelsos e inveterados lectores, les daré sólo un consejo, o recomendación, al respecto. Que no se precipiten buscando novelas o cuentos de este autor, que no quieran hacer en un “volao”, lo que debiera haber sido devoción del día a día, y sobre todo, que no escojan para ello “Cinco horas con Mario”, pues esta obra no es de Vargas-Llosa, sino de Miguel Delibes. Otro inmenso literato de nuestra época para quien los honores del Nóbel nunca consiguieron elevarse por encima de la rumorología.
La máquina – sí, la máquina expendedora de la que antes me serví como metáfora - corrió turno en esta ocasión, y se tragó la medalla.
Felicitémonos, en todo caso, por cuando funciona como está mandado. O mejor dicho, y vistas las reacciones de algunos paleolíticos mandamases de ojos – y sistemas de valores - rasgados, como cuando no.

4 comentarios:

Juanjo Montoliu dijo...

A mí, don Mario me parece un gran escritor por lo poco que le he leído. Pocas veces he sentido tanta rabia y repugnancia ante un tirano, como mientras leía "La fiesta del chivo".

Dicho de paso, Delibes también lo merecía.

Merce dijo...

A lo mejor con un reconocimiento temprano la carrera no hubiese sido tan brillante... no? o quizá sí... ¿quién sabe?

Anónimo dijo...

Me quedo con la frescura de los primeros años: La ciudad y los perros y Pantaleon y las visitadoras. Si lo tenéis a mano, os lo recomiendo encarecidamente.

Natura dijo...

Por acá la celebración ha sido casi de fiesta nacional. Exceptuando los aguafiestas de siempre que nunca faltan pero realmente la opinión general era la de "ya era hora y merecidísimo" Yo me incluyo.

Un abrazo