sábado, 11 de diciembre de 2010

La bruja piruja

Cuando de crío veía la vuelta a España o el Tour de Francia, y la etapa la ganaba un extranjero, Laurant Fignon, Bernard Hinault o Greg Lemond, por poner un ejemplo, mi última esperanza recaía en que los análisis de dopaje dieran positivos, para que entonces lo descalificasen y que así la victoria le fuese otorgada a un español.
Sí, así es, hasta pasado uno o dos días no me resignaba y aceptaba la derrota, ya irrevocable, de los míos.
Por supuesto todo esto del dopaje se ha desmadrado hasta tal punto, que a uno no le queda más remedio que pensar que, hoy por hoy, nadie está libre de pecado. Vamos, que en lo que al deporte profesional se refiere, el que no corre, vuela.
Cómo si no se pueden explicar los 7 tours de Lance Armstrong, apenas después de haber sido sometido a la destructiva quimioterapia para curar su cáncer de cataplines... Cómo se explica que antes en los partidos de fútbol los jugadores salieran rendidos del campo, y hoy lo hagan frescos como lechugas como si no hubieran estado más que calentando, y ya se encontraran a punto para otro...
En fin, los descubrimientos de estos últimos meses de prácticas dopantes en deportistas españoles de élite, no viene sino a corroborar las sospechas de muchos técnicos y medios de comunicación extranjeros, que señalaban el aplastante éxito reciente del deporte español como algo de lo que desconfiar.
Hay muchos sobre los que pende la sospecha, pero de la última de la que yo me lo hubiera esperado es de Marta... de Marta Domínguez.
Ella encarnaba para mí el éxito en su versión más épica. Representaba la lucha de esa muchacha feucha que a base de sacrificio y fe en sí misma se hace con el centro del escenario y reivindica ser mirada bajo otra luz. Ella era el carisma, la fuerza de voluntad, el no rendirse a pesar de llevar todas las de perder.
Batía a las rusas, más altas, más guapas, más espigadas, y les ponía en el rostro expresión de drama y agonía. Tomaba de ellas su belleza y se la apropiaba para lucir sonriente y esplendorosa en la línea de meta. De hecho, parecía haber una especie de justicia divina que se materializaba con sus triunfos.
Y yo, sabedor de que los pasos de la ría no eran su fuerte, sufría con ella cada vez que se acercaba al obstáculo, para luego respirar aliviado una vez franqueado con bien. Por así decirlo, me tenía a sus pies.
Pero había una pega en todo aquello de la que entonces ni me percaté. Marta me engañaba. Sí, Marta nos engañaba a todos. Lo teníamos delante y no lo veíamos. Las rubias rusas, sí debían olérselo sin embargo... Aquella palentina de extremidades fibrosas y dentadura carnívora, con el brillo en la mirada de los lobos de la cornisa cantábrica, no solamente llevaba en su cuerpo oxigenado de más el pelo que recogía bajo su mítica cinta rosa.
Su sangre, repleta de EPO, seguramente entre otras muchas más sustancias prohibidas, era un refinado producto de laboratorio.
Marta Domínguez hacía trampas, fingía. No había nada de romanticismo en la preparación de sus entrenamientos. No era la deportista que, cómo en las películas, la noche antes de la prueba, salía al balcón y, bajo las estrellas, ponía su alma en paz, aceptando de antemano que aún en el caso de ser derrotada le quedaría la satisfacción del trabajo bien hecho y la seguridad de haberlo intentado con todas sus fuerzas.
Marta la noche antes, en un garaje oscuro y polvoriento, se inyectaba el último pico de sangre sintética, mirando de reojo al débil y tembloroso resplandor que le devolvía el televisor encendido en la sala de estar.
Como las brujas de los cuentos, preparaba su mágica poción, la que le transformaría en una bella joven de apariencia alegre y saludable, y le quitaba las telarañas a su escoba voladora.
Sí, amig@s. Hemos sido víctimas de un hechizo. Pero la ilusión se ha desvanecido de golpe.
Lo lamento, más que por nadie en particular, por los miles y miles de niñas, que sin ser demasiado agraciadas físicamente, hubieran podido adoptar de ella un modelo a seguir. La fórmula de transformar lo feo en hermoso, lo vulgar en especial.
Desgraciadamente ahora sabemos que todo era un truco, y que eso solo sucede en los cuentos de hadas. Lo habitual en la vida real es lo contrario, el paso abrupto e irreversible de lo bello y esperanzador, a lo grotesco, horripilante y nefando.

6 comentarios:

Juanjo Montoliu dijo...

Yo creo que, desde los tiempos del Tour que nombras, me cuidé de no mitificar a ningún deportista.

Ahora, cuando pasan estas cosas, tampoco los pongo a caer de un burro.

¿Han hecho trampas? Me pregunto quién no las hace en estos tiempos.

Merce dijo...

Una de las decepciones más grandes del mundo del deporte, de otros cabía esperarlo. De ella, no...

Besos..

Food and Drugs dijo...

Juanjo:
Tienes toda la razón del mundo, pero compréndelo... Ella era mi ojito derecho.
Abrazos

Merce:
Esta mañana salí a hacer footing, y créeme, eso si que son decepciones deportivas.
Besos

Anónimo dijo...

Yo me he quedado muy aliviada con esta noticia, la verdad. Por fin he comprendido porqué yo nunca he ganado en los mundiales de atletismo...

Food and Drugs dijo...

Arancha:
Yo el día que hagan unas olimpiadas de beber Chivas tal vez quede bien colocado.
Besos

Anónimo dijo...

Jejeje... No si compites contra mí (pero que chulita madrileña me he levantado hoy!) ;-)